viernes, 26 de junio de 2015

EL JUICIO UNIVERSAL

Giovanni  Papini

               Mi  historia  con “El Juicio Universal” de  Giovanni  Papini se  remonta  a  mis  visitas, desde  niño, a  la  peluquería del señor  Reyes (de quien,  debo confesar,  nunca  supe el  nombre). Este  singular  personaje,  tenía  en una  sola  mesa,  para la  entretención de  sus  clientes,  las  últimas  noticias  del deporte, la  chica  desnuda  del mes,   una  colección de  cuentos de  Borges,  unas  greguerías de  Ramón Gómez de  la  Serna, y  una  que  otra  obrilla   en edición Quimantú,  que  variaba constantemente,  pues  alguien siempre  terminaba  llevándosela. Fue  allí que  me  encontré  con “El Juicio Universal”.
             En la espera  insoportable de  la  peluquería (gracioso  me  resulta  escribirlo, pues  ahora  he  pedido casi todo mi otrora  enrulado cabello), y por  años, fui  leyendo  este ladrillo maravilloso y arquetípico  que  me  permitió conocer  a  montones de  personajes, reales  y ficticios, que  luego  me  reencontré  en las  clases de  literatura, historia, filosofía  y teología. Y como  siempre  me  han  impactado las obras clásicas, esas donde  el lenguaje   fluye  desde  alguna  dimensión   desconocida  con una fuerza  telúrica que  te  abofetea  el mal gusto circundante,  lavándote  el sentido y te  pone  a  tomar las  onces  en silencio,  agradecido y humilde,  como una  madre  estricta  y cariñosa, así mismo   me  sentía, y me  siento, cuando leo esta obra impactante digna,  de  un  genio  posible solo a Papini.
No tienes  que  leerla  entera  para  que  te  guste,  no tienes  que  leerla  de  un tirón (que es  así precisamente  como no se  hace)  para decir  que  lo estás  leyendo, ni tienes que  concordar  con todos los juicios  expuestos,  para reconocer  el misticismo  de  intención  y  el realismo  del lenguaje. Tengo amigos  que  sólo han  leído  uno  de  sus testimonios, el preciso,  el suficiente  para  conmoverse  hasta  las  lágrimas. Uno  de  ellos  es  mi amigo Elwin  Álvarez, quien  escucha con emoción  contenida las  palabras  supuestas de  Pedro Bernardone, padre de  Francisco de  Asís,   y  sentir que  son las  de  su propio  progenitor  quien  le  confiesa  su   porfiada  incomprensión, pero a  la  vez su amor  a  toda  prueba ,  su cariño  desmedido y su incondicional aceptación.
            ¿De qué  trata este hermoso libro?  Imaginen que  han  sonado las  trompetas del  Juicio  Final, resucitan  los  muertos de  todas  la  épocas, y, uno  a  uno, se  presentan   ante  el Divino Tribunal. Los  ángeles  exponen  su caso, y, como última oportunidad, ante  el nuevo descubrimiento de  la  Presencia Eterna,  exponen sus  razones, defienden sus motivos, o incluso, se encierran en sus  odios   enconados, en sus miedos  invencibles y en sus rechazos  totales. En este  contexto desfilan frente a  nosotros  personaje tan variopintos  que   comprendes  al poco andar que no requieres  seguir  el orden  propuesto, si no que, en cambio, puedes iniciar por  los que  te  parezcan  más cercanos  para decantar  en quizá  años de  lectura, por  aquellos desconocidos y  que sean  tal vez los que  te  proporcionen mayor   entendimiento  y  sabiduría.
            Un texto ampliamente  recomendable  y  que espero puedas  compartir  con  otros.







1 comentario:

  1. Gracias por acordarte de mi papá (que bien sabes de adoraba) y de un servidor, al escribir este texto tan inspirado. Como recordarás mi historia con este devoto hombre de las letras y de la fe, viene desde mi más tierna edad, de cuando escuchaba en la radio sus soliloquios de Belén; desde aquellos años me emocionaba escucharlo y en especial por la tremenda humanidad de sus personajes. A ver si este año leo por fin uno de sus libros.

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